Por:
Lizbeth Ventura
Humilde,
paciente, obediente, tierna, pura, amorosa, hermosa, estas son sólo algunas de
las palabras que describen a nuestra Madre, a la Virgen María, quien desde el
momento de la Anunciación aceptó la voluntad del Padre. Porque en el instante
en que el ángel Gabriel le dijo: “Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.” Como nos narra el evangelio según
San Lucas 1; 28,29. Nuestra señora al escuchar los planes que Dios tenía para
ella, sin objeción alguna respondió con firmeza y dijo lo siguiente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
su palabra”. Eso nos demuestra que en ningún momento la Virgen María se
exaltó así misma por ser la elegida para llevar en su vientre al Salvador de la
Humanidad.
Quizás
muchos no la reconozcan como su Madre, pero el mismo Jesucristo dijo cuando
estaba clavado en la cruz, “Jesús, al
ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre”.
Juan, 19; 25,27. Desde ese momento María se convirtió en la madre de los
creyentes, porque en toda familia se necesita de una Madre que cuide a su hijo,
entonces el Padre Eterno decidió que ella fuera la Madre de su Hijo y también
Madre nuestra.
Pero
no fue fácil para la Virgen María porque ella a pesar de ser la Hija de Dios
Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa Purísima del Espíritu Santo, también conoció
el dolor y cargó junto a su Hijo su propia cruz, sin tener culpa alguna. Y es
por ello que como hijos de María debemos conocer más acerca de ella, de sus
dolores y sufrimientos, y así como le acompañamos en las procesiones, también
le acompañemos en nuestro diario vivir. La propia Virgen María se apareció a
Santa Brígida y le comunicó lo siguiente: “Miro
a todos los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de mí y
medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y
padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides de mí que soy olvidada y
menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. Considera
mis angustias y mis lágrimas y duélete de que sean tan pocos los amigos de
Dios”.
La
fiesta de Nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre, y en
Guatemala es característico que en los distintos Templos se realice una
velación con las imágenes de la Virgen de Dolores, en donde se meditan sus
siete dolores. Sería conveniente que cada día de nuestras vidas repitamos la
siguiente oración: “Sí, Ella es mi
Madre. Jesús, yo la recibo y te pido que me prestes tu corazón para amar a María como tú la amas”.
Por
cada dolor que sufrió la Santísima Virgen María se reza un Padrenuestro y un
Ave María, seguido de una meditación por lo que nuestra Madre sufrió y por las
lágrimas que derramó.
El Primer dolor La Profecía de Simeón (Lucas 2; 22,35).
Pues recordemos que cuando María estaba junto a José fuera del Templo el
anciano Simeón a quien Dios había concedido no morir sin antes ver al Salvador,
le anunció a la Reina del Cielo que una espada atravesaría su alma. Cuánto
dolor habrá sentido nuestra Madre al escuchar esas palabras.
El Segundo dolor de María Santísima fue la Huída a
Egipto. (Mateo 2; 13, 15) Cuánto dolor experimentó
nuestra Madre al tener que huir de Egipto junto a José por salvar a su Hijo del
decreto de Herodes de matar a todos los niños menores de 2 años.
El tercer dolor de la Virgen María, Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lucas 2; 41,50) ¡Virgen Inmaculada! ¿Quién
podrá pasar y calcular el tormento que ocasionó la pérdida de Jesús y las
lágrimas derramadas en aquellos tres largos días? Déjame, Virgen mía, que yo
las recoja, las guarde en mi corazón y me sirva de holocausto y agradecimiento
para contigo.
Cuarto dolor María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4ª estación) Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a
Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz que se hizo
responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer.
¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor.
Quinto dolor La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Juan. 19; 17,30) María, Reina de los
mártires, el dolor y el amor son la fuerza que los lleva tras Jesús, ¡qué
horrible tormento al contemplar la crueldad de aquellos esbirros del infierno
traspasando con duros clavos los pies y manos del salvador! Todo lo sufriste
por mi amor. Gracias, Madre mía, gracias.
Sexto dolor María recibe a Jesús
bajado de la Cruz (Marcos. 15; 42-46) Jesús
muerto en brazos de María. ¿Qué sentías Madre? ¿Recordabas cuando Él era
pequeño y lo acurrucabas en tus brazos? Por este dolor te pido, Madre mía, morir entre tus
brazos.
Séptimo dolor La sepultura de Jesús (Juan. 19; 38-42) Acompañas a tu Hijo al sepulcro y debes dejarlo
allí, solo. Ahora tu dolor aumenta, tienes que volver entre los hombres, los
que te hemos matado al Hijo, porque Él murió por todos nuestros pecados. Y
Tú nos perdonas y nos amas. Madre mía perdón, misericordia.
Valdría la pena meditar cada uno de los Dolores que
Nuestra Madre sintió, desde la Profecía de Simeón hasta la Sepultura de Jesús. Nuestra
Señora prometió que concedería siete gracias a aquellas almas que la honren y
acompañen diariamente, rezando siete Ave Marías mientras meditan en sus
lágrimas y dolores. A continuación se presentan las sietes gracias:
1.
“Yo concederé la paz a sus familias”
2.
“Serán iluminadas en cuanto a los divinos Misterios”
3.
“Yo las consolaré en sus penas y las acompañaré en sus trabajos”
4.
“Les daré cuanto me pidan, con tal de que no se oponga a la adorable voluntad
de mi divino Hijo o a la salvación de sus almas”
5. “Los
defenderé en sus batallas espirituales contra el enemigo infernal y las
protegeré cada instante de sus vidas”
6.
“Les asistiré visiblemente en el momento de su muerte y verán el rostro de su
Madre”
7. “He
conseguido de mi Divino Hijo que todos aquellos que propaguen la devoción a mis
lágrimas y dolores, sean llevadas directamente de esta vida terrena a la
felicidad eterna ya que todos sus pecados serán perdonados y mi Hijo será su
consuelo y gozo eterno”.
Y aunque toda época es propicia para meditar en los dolores de la Santísima Virgen María, en este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo y la Semana Santa que se aproxima sería muy hermoso que profundicemos y conozcamos cada uno de los Siete Dolores de la Virgen María y así nos daremos cuenta del noble corazón que tiene nuestra Madre. Y recordemos que ella siempre está dispuesta a escucharnos, como una mamá escucha a sus hijos y pidámosle que nos ayude a seguir su ejemplo y aceptar la voluntad del Padre. Implorémosle que interceda por nosotros ante el Padre Celestial y que nos brinde un corazón puro como el que ella tiene.
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