Con un calor abrazador, la tarde del sábado 3 de marzo se
dejaba sentir en toda la capital, y aunque fuerte no fue lo suficiente como
para opacar el calor de la fe, de los devotos que desde muy tempranas horas
acudían al templo de Santo Domingo y venerar al Nazareno de La Muerte en su
tradicional velación.
Colocado a un costado del altar mayor, el nazareno quedo
expuesto todo el día para que todos los fieles pudieran sentirse más cerca y
elevar sus oraciones por cualquiera que fueran sus peticiones y así obtener el favor
de Dios.
La noche irrumpió y el templo se vestía de gala, a las 8
de la noche en punto, el Nazareno de la Buena Muerte fue levantado en hombros
en una pequeña andaría la cual lo procesionaria por el interior y exterior del
templo.
Al salir de la basílica, una cadena de alfombras lo
esperaban desde la salida del templo hasta su ingreso, con la sencillez pero
con un amor impresionante las alfombras y el incienso le hacía paso al nazareno
por todo el atrio dominico.
En medio de la noche y con sus devotos presentes, el
cortejo procesional fue acompañado por la banda de maestros dirigidos por Luís
Pirir quien con marchas fúnebres clásicas acompaño el cortejo.
La luz de vela iluminaba ya el interior, la cruz alta y
ciriales se enfilaban por la nave sur del templo y los faroles le habrían paso,
al toque del Ave María de Franz Schubert el nazareno caminaba dentro del
templo.
Avanzando lentamente hasta que de pronto los presentes en
el interior se estremecieron al escuchar las notas sublimes de La Fosa. Al terminar
el sonido de La Granadera nos recordaba la importancia de recordarnos de las
bendiciones que nos provee día con día.
De esta manera concluía el segundo día de velación,
actividad que se realiza desde hace ocho
años, dejando el andaría sobre sus pedestales al frente del altar mayor y con
los brazos de Nuestra Señora del Rosario, nos daba su bendición, mientras los
devotos se retiran con nostalgia, esperando el tercer domingo de cuaresma para
el magno cortejo de esta venerada imagen.
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